AGUABLANCA SIN ÁRBOLES.

AGUABLANCA SIN ÁRBOLES.
Un homenaje al lugar donde habito, un llamado para la reforestación urbana. 

Por Diego Armando Fernández

El barrio Aguablanca, (barrio, no distrito), se fundó para los damnificados de la explosión del 7 de Agosto hacia el año 1956, cuando el gobierno nacional donó alrededor de 500 viviendas mediante la administración de la Fundación Ciudad De Cali. El barrio de lata, como solía llamársele, inicio en un área de alrededor diez mil metros cuadrados. Pero de esas casas de lata hoy ya quedan pocas. 

Aunque mi familia no fue una de las damnificadas, ni tuvo que padecer los horrores de la explosión, si fue beneficiaria de una de las más estupendas características de este barrio: sus diez o doce metros de frente, por sus veinte o veinticinco metros de fondo. Los cuales, para un sector de estrato medio-bajo, resultan estupendos por las posibilidades económicas que resultan a raíz del diseño de espacios habitacionales con destino de renta, o por la amplitud de las casas.

Mis padres llegaron al barrio hacia el año de 1989. La casa en ese tiempo costó alrededor de un millón y medio de pesos. Dichosos de haber encontrado un espacio tan amplio, decidieron distribuir la vivienda de tal forma que una parte se destinará para el oficio de mi padre, la mecánica automotriz, y otra parte para vivienda. Así lo hicieron algunos vecinos también. Otros, prefirieron sacar dos y hasta tres casas. 

Uno de los elementos que más embellecía mi barrio eran los árboles. De un tiempo para acá, me di cuenta que fueron desapareciendo después de una tortuosa cadena de mutilaciones y talas que terminaron dejando, al menos mi cuadra, sin ningún abuelo enraizado. ¿A qué se debió? - Me pregunté. Después de averiguar con los vecinos de la carrera 27 con calle 25, parece ser que a algunas personas les molestaban las hojas que diariamente nuestros antecesores barrían con esmero para dejar los antejardines limpios y bien presentados. A otros les estorbaban porque planeaban para sus casas un mejor garaje o parqueadero. Otros empezaron a generar inconvenientes en la malla eléctrica. En fin, excusas habían cualesquiera para justificar la pérdida y sacrificio de nuestros hermanos árboles.

Un día caminaba con mi hija por las calles de mi barrio, con nostalgia por no ver en algunas calles más que pinos y materas. De pronto, llegando a la transversal 29 con Calle 25, me topé con majestuosos ejemplares arbóreos. Resaltaban por su sombra y el clima fresco que producían sus ramas bien pobladas. A diferencia de mi cuadra, encontré personas barriendo las calles sin molestia alguna. Eché un vistazo alrededor, y observé casas de lata de color beige, otras mitad lata mitad ladrillo. Me acerque a preguntar a algunos vecinos, con gran admiración por lo que veía, cómo habían logrado conservar la cuadra bien arborizada; pues la cuadra entera estaba llenita de árboles grandes, como si el alma de aquellas personas que lo habitan aun guardara la memoria de los bosques. Mi sorpresa fue que muchos habitantes de ese sector eran abuelos y abuelas, personitas jubiladas y muy gustosas de permanecer en sus casas. Mis elogios fueron constantes en las conversaciones sostenidas con ello e incluso los invité a hacer parte del comité ambiental de la junta de acción comunal. Pero muchos se rehusaron porque dicen que en esos espacios es mucho lo que se habla y poco lo que se practica. En otras palabras, muchas quejas y pocas soluciones.

Así fue que tomé la decisión de escribir este artículo. Pensando en los alcances que este pueda tener, mi invitación es a reflexionar sobre las posibilidades de sembrar arbolitos viables para las zonas donde habitemos.


La importancia de reforestar nuestra urbe no radica sólo en que mejora nuestras condiciones de vida al haber más producción de oxigeno en nuestro entorno, sino también en que embellece nuestros espacios y refresca nuestra memoria. Recordándonos que somos hijos de este planeta, nacidos en cada territorio, con una misión que cumplir: Abrazar el universo, expandiendo nuestras ramas, liberando nuestra esencia, armonizando nuestra vida y la todos los seres.